Trabajo y vivienda. Dos elementos tan difíciles de obtener y mantener hoy en día y, sin embargo, dos cuestiones que debieran ser por derecho accesibles a todas las personas. Personas como el protagonista de nuestra historia, al que llamaremos Antonio, y que recién estrenado su contrato indefinido con sueldo mileurista se ha enamorado de un pisito en el extrarradio de su ciudad.
Antonio, como cientos de miles de jóvenes españoles, vio cercenado el desarrollo de su carrera profesional hace ya seis o siete años. Desde entonces ha ido encadenando periodos de tiempo sin trabajar con trabajos temporales hasta que, por una especie de milagro (eso piensa) ha conseguido instalarse en un puesto de trabajo en el que ha obtenido un contrato indefinido, su sueldo apenas supera los €1000 netos mensuales, pero, se considera a todas luces afortunado si se compara con la media de sus amigos.
Nuestro mileurista es un tipo que quiere ser práctico, sabe que no gana mucho pero calcula que ya tiene lo suficiente como para plantearse uno de sus objetivos inmediatos, dejar de vivir en casa de sus padres y poder tener una independencia vital de la que hasta ahora no ha podido disfrutar.
Antonio, como casi todos los jóvenes que siguen viviendo en casa de sus padres, no tiene una conciencia excesivamente clara de los gastos que supone el mantenimiento de un hogar, es decir, se plantea el cálculo de la búsqueda de una vivienda a partir de una operación muy sencilla en la que, supone, puede destinar una parte determinada de sus ingresos al pago de la vivienda y sostenerse económicamente con lo demás, sin entrar en mayores consideraciones…ah bendita juventud.
El mercado de la vivienda en nuestro país para quien desea y puede comprar, es como un estanque superpoblado de peces donde no es ni siquiera necesario echar la caña, algo muy comprensible en un país en el que muchísimos quieren vender y muy pocos quieren comprar.
Antonio ha echado el ojo a un pisito en el extrarradio no es gran cosa, es la media de la vivienda barata en nuestro país, situada en los extrarradio de las ciudades, con dos habitaciones y un baño y no superando los 65 m², sin embargo, sus dueños llevan rebajando el precio mes tras mes los últimos tres años, ahora el precio al que la ofrecen supone ya directamente una devaluación del 45% con respecto a lo que pagaron, otro signo de los tiempos.
Enamorado del pisito
Antonio está convencido. Ha hecho muchos cálculos en algunas de las páginas que ofrecen este tipo de servicios y le parece relativamente razonable las hipotecas que parece pueden resultar a la hora de solicitar un préstamo, porque, Antonio no tiene ahorros, y su familia se ha comido desafortunadamente el ahorro familiar ya que al menos uno de los 4 miembros del núcleo familiar han estado en paro durante los últimos seis años.
Así que Antonio necesita una hipoteca para poder comprar su vivienda e independizarse. Aquí aparecen los amigos agoreros, siempre presentes, que le advierten de que el mercado no quiere prestar dinero a jóvenes mileuristas, pero, nuestro protagonista, indiferente al desánimo decide acudir a la entidad bancaria, es la misma donde tiene domiciliada su nómina, y donde sus padres poseen las cuentas familiares de toda la vida.
El desengaño
Y allí llega, acude a su reunión con el director de la sucursal que le atiende con una amabilidad agradable. Se siente bien, y expone su intención, aquí comienza la historia de desengaño de nuestro mileurista.
Descubre en primer lugar que la entidad, que le agradece enormemente mantener domiciliada su nómina y la contratación en paralelo de diversos productos como tarjetas etcétera, en ninguno de los casos financiaría una operación de adquisición de una vivienda que supusiera más del 35% de los ingresos del solicitante.
En la práctica esto supone que Antonio difícilmente podría asumir más de €350 de cuota mensual en su hipoteca, algo que tampoco es exacto sobre todo si tenemos en cuenta que las hipotecas de cuota variable no pueden garantizar el importe, con lo cual incluso ese 35% puede resultar traicionero.
Pero hay más; descubre que la entidad en ningún caso está dispuesta a financiar en la hipoteca más allá del 70% del valor de la vivienda (existen leyendas urbanas que dicen que alguna vez alguien en algún lugar llegó a financiar el 100% de una vivienda a través de un préstamo hipotecario) esto significa de hecho que Antonio tendría que obtener una financiación personal para aportar ese 30% de diferencia, recordemos que ni él ni su familia tienen ahorros, por lo que la única opción pasaría por acceder a un préstamo personal, que no puede avalar con su nómina, y cuyo único canal de obtención (y ya veremos) podría pasar por interponer la vivienda de sus padres como garantía de la operación, una garantía con un valor de mercado superior a los €180,000 para un préstamo personal de €30,000 no parece una opción muy razonable.
Definitivamente desengañado, Antonio escuchó otras cuestiones como la rebaja sensible que los plazos de amortización han sufrido los últimos años, por lo cual difícilmente puede encontrar un plazo de amortización superior a los 30 años y menos siendo joven y mucho menos con un sueldo como el suyo, y para remate en un papelito le anotan las comisiones y gastos que encarecen la operación, algo que por supuesto él no había tenido en cuenta.
Y vuelta a empezar
De esta manera Antonio ha entrado a formar parte de una generación a la que va a costar mucho de volver lo que la crisis ha robado. Probablemente una de las generaciones mejor formadas de nuestra historia pero que, sin embargo, con la extremada dificultad de acceso al mercado laboral y la oferta de empleos muy por debajo de sus cualificaciones medias y en muchos casos temporales, han perdido lo que los especialistas determinarán en al menos 10 años de desarrollo de carrera profesional, que, trasladado al resto de órdenes de la vida supone haber quemado en la vida de la crisis una década de los mejores años de nuestros jóvenes.